coronavirus
Carta de Italia sobre la emergencia de #Coronavirus
El virus y el miedo a la muerte.
El carrusel de la modernidad ha dejado de girar. El virus sacude al mundo rico con miedo. Es el miedo a la muerte lo que el ser humano intenta desesperadamente eliminar de su vida. Manteniéndonos ocupados, distrayendo, llenando nuestra vida con cualquier tipo de futilidad y drogas, escribe Tommaso Merlo de Milán, Italia.
Un escape perenne que dura desde hace décadas en el mundo rico. Debido a que las guerras y las tragedias que afectan al planeta son distantes y con el tiempo el mundo rico se ha engañado a sí mismo para ser invencible y eterno. Luego viene un virus. Microscópico, silencioso. Y en unos días todo explota y nos descubrimos frágiles. Físicamente pero sobre todo adentro. Nos encontramos mortales y todo lo que nos rodea pierde de repente el sentido. Los vanos sueños de gloria, las rivalidades y las guerras con las que intoxicamos nuestras vidas, nuestro estado e ilusiones hechas de cosas, dinero, poder, éxito para ser conquistados a cualquier costo. Corriendo, cabeza abajo.
"Hermana Muerte", dijo San Francisco, santo patrón de Italia. Porque vio a Dios en todas partes, incluso allí. Porque sentía amor en todas partes, incluso allí. Pero la religión o las creencias personales no tienen nada que ver con eso. La muerte nos afecta a todos como seres humanos. Independientemente. Y tratar a la muerte como a una "hermana" en lugar de ignorarla y sacarla de nuestra vida, nos ayudaría a afrontar con más serenidad emergencias como la actual, pero no solo eso.
Nos animaría a reflexionar sobre quiénes somos realmente y a preguntarnos sobre nuestros comportamientos y el significado de nuestra vida. Nos ayudaría a dejar de obstruir nuestra vida con tonterías, competir como marionetas, ser manipulados por falsos mesías o espejismos inútiles. Nos ayudaría a conquistar una vida más auténtica, más adaptada a nosotros y, por lo tanto, más feliz. El miedo solo puede superarse enfrentándolo. Incluso el de la muerte. La modernidad es despiadada y no da respiro. Ritmos locos, infobesidad, océanos de vanidad que no hacen más que ampliar la sensación de vacío y desconcierto. Las almas están contaminadas como el aire que respiramos.
Pero el ser humano no solo es una víctima, también es culpable, y esto se debe a que por miedo o hipocresía elige ser arrastrado al vórtice de la modernidad y luego la vida pasa con excusas. Al vincular manos y pies con responsabilidades y limitaciones que en realidad son elecciones, roles que en realidad son máscaras, certezas que en realidad son obtusos o puntos de vista, cosas y cosas que hacer que en realidad no son nada. El ser humano elige por miedo o hipocresía dejarse llevar por el rebaño y, lo que es peor, por los berrinches de su ego.
Un ego cada vez más mimado, cada vez más insaciable y voraz. Porque nunca es suficiente para nosotros. Nunca. Nada. El virus está deteniendo el carrusel frenético del mundo rico. Nos obliga a frenar el ritmo, a bajar el volumen, a pasar más tiempo con nuestros seres queridos pero, sobre todo, con nosotros mismos. Una oportunidad histórica para hacer ciertas preguntas, para enfrentar el miedo que nos aflige y sanar nuestras vidas. Porque solo de esta manera curaremos el mundo.
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