África
La pesca en África: un sector vital que necesita reformas profundas

En mayo de 2024, la Unión Europea (UE) emitió una "tarjeta amarilla" a Senegal por su presunta falta de compromiso para combatir los efectos devastadores de la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (INDNR). Seis meses después, la Delegación de la UE en Dakar anunció la retirada de sus buques de aguas senegalesas. La causa fue la "incumplimiento" de las autoridades locales frente a esta pesca fraudulenta. La reacción fue casi inmediata: el nuevo gobierno anunció sus "nuevas orientaciones estratégicas para la gestión sostenible de nuestros recursos", orientaciones en las que se priorizarían los "intereses nacionales". Esto marcó el fin (¿temporal?) de una alianza sellada en 2014 y renovada en 2019..
El desacuerdo entre la UE y Senegal en un ámbito tan crucial es una llamada de atención. Podría interpretarse como un reflejo de las posibles dificultades latentes en los acuerdos pesqueros de Bruselas con otros países del África subsahariana. Si bien Senegal se ha quejado de cierta inequidad en el acuerdo pesquero con la UE, vigente desde hace diez años, otros países podrían hacer lo mismo en cualquier momento. Hay mucho en juego. Millones de personas obtienen su sustento diario, directa e indirectamente, de la pesca en países costeros y del interior, como África Occidental. Unidades industriales —grandes, medianas y pequeñas—, algunas de las cuales son resultado de miles de millones de francos CFA de inversión, junto con estructuras diminutas y bastante informales, generan miles de empleos, la mayoría de los cuales sustentan a familias y comunidades enteras en contextos que a menudo rozan la pobreza. El sector no puede soportar indefinidamente una sucesión de crisis graves en la industria pesquera sin que los países sufran las graves consecuencias, especialmente en el ámbito social.
Por lo tanto, es importante encontrar, en el diseño e implementación de las asociaciones bilaterales, un equilibrio que preserve los intereses fundamentales de estos Estados y sus poblaciones, a la vez que haga posibles los objetivos que la UE ha establecido legítimamente para sus buques a cambio de sus inversiones técnicas y financieras en sus socios. Este acuerdo beneficioso para todos se presenta como una oportunidad, especialmente para los países africanos socios de la Unión Europea, de convertir la pesca en un área estratégica (¡por fin!) en sus políticas de desarrollo económico y social. Desde esta perspectiva, es crucial que la UE y sus aliados estatales trabajen para acordar acuerdos justos y equitativos, uno de cuyos criterios esenciales sería promover la renovación del recurso mediante disposiciones legales estrictas y disuasorias. Dicha perspectiva, por supuesto, es incompatible con la visión desenfrenada orientada a la producción, que es el deporte favorito de los buques de diversas nacionalidades. Estos buques no necesariamente respetan las disposiciones soberanas e internacionales relativas a los métodos de pesca, la protección de ciertas especies, la delimitación de zonas de pesca, etc. Esta situación, que pone de manifiesto la incapacidad de ciertos Estados para combatir la complacencia, es uno de los principales argumentos utilizados para presionar a las autoridades públicas a combatir con mayor eficacia el fenómeno de la escasez de recursos. ¿Una batalla perdida? Quizás no, incluso si la corrupción de funcionarios públicos, en connivencia con grupos económicos influyentes, poderosos y consolidados, fomenta la delincuencia en el ecosistema, en particular durante la asignación de licencias de pesca.
Enfrentando la realidad
De hecho, todo podría depender de las medidas correctivas urgentes que los Estados están decididos a implementar para abordar las disfunciones del sector. Porque, se mire como se mire, la situación es crítica. En muchos países, el caos reina bajo el disfraz de políticas públicas incapaces de imponer el orden público. Grandes buques, que en realidad son brazos operativos de poderosos grupos industriales, se esconden tras empresas registradas en Senegal para pagar la menor cantidad posible de impuestos y regalías. Otros cambian sus nombres, que suenan extranjeros, por otros más locales. Sin embargo, algunos buques optan por explorar los caladeros más ricos de las zonas económicas exclusivas, a sabiendas de que los Estados carecen de los medios para supervisar estos territorios marítimos soberanos, a menudo vastos. El último informe de 2023 del Tribunal de Cuentas de Senegal documentó todas estas realidades que están debilitando al sector pesquero. En la misma línea, un país centroafricano como Camerún también ha iniciado un proceso de registro de empresas acreditadas para operar en la pesca industrial costera, en particular para el año 2025. El objetivo es doble: por un lado, combatir la pesca INDNR y, por otro, crear las condiciones para el surgimiento de una industria pesquera local más eficiente, capaz de contribuir a la economía nacional.
En este sentido, es razonable creer que los fundamentos mismos de la pesca industrial merecen ser revisados. ¿Acaso el gigantesco tamaño de los barcos de arrastre extranjeros, su excepcional capacidad de captura y los medios de procesamiento de los recursos disponibles a bordo no condenan a la pesca artesanal a la muerte al promover la desaparición gradual de ciertas especies de peces? Para muchos países, incluido Senegal, que cuenta con unos 600,000 pescadores (el 17 % de su población activa), más de 20,000 piraguas y 160 buques industriales (fuente: revista Reporterre), esta situación podría representar riesgos políticos para el Estado si no se controla.
Migración por la crisis pesquera hacia… Europa
En varios países del África subsahariana, mientras de alguna manera aseguraban una parte de la seguridad alimentaria en sus comunidades, miles de jóvenes, mal preparados para reciclarse en otros sectores de actividad, prefieren cambiar sus artes de pesca por las de migrantes decididos a encontrar un futuro mejor en otros climas como… Europa. Con el riesgo de ser absorbidos por las profundidades del Mediterráneo o el Atlántico. La migración irregular (que, por cierto, causa urticaria en los occidentales) se documenta así como una de las dramáticas consecuencias del continuo deterioro de las condiciones de la pesca artesanal, la disminución de los recursos, el continuo empobrecimiento de un segmento significativo de la población con un estatus social ya precario, etc.
La Unión Europea ya está destinando cientos de millones de euros a intentar frenar el flujo migratorio hacia las costas españolas, italianas y francesas. Pero la cuestión es la siguiente: ¿son eficaces los acuerdos específicos firmados con Mauritania, Túnez, Libia y otros Estados para lograr los objetivos de tan cuantiosas inversiones financieras, técnicas y logísticas cuando los flujos de salida, a menudo cíclicos, no parecen estar disminuyendo en intensidad ni magnitud?
Quizás sea hora de que Europa y sus socios del África subsahariana revisen a fondo la historia y los resultados de la cooperación contra la inmigración irregular, que parece condenada a empezar siempre desde cero. En este sentido, las oportunidades que ofrecen la pesca industrial controlada y la pesca artesanal eficientemente estructurada, tanto para escapar del fenómeno de la corrupción, parecen ser un poderoso antídoto contra el desperdicio de inversiones en proyectos y programas que parecen claramente ir en contra de las aspiraciones de los potenciales migrantes. Es la agenda política y diplomática euroafricana para 2025 y los años venideros la que debería verse impactada por la cuestión pesquera y sus conexiones inmediatas, si la 7.ª Cumbre Unión Europea-Unión Africana prevista para este año se orienta hacia una actualización profunda y estratégica de la relación entre Europa y África ante la brutal dinámica que Donald Trump intenta imponer.
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